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El dramático laberinto en el que se encerró el Papa
Martes, 23 de enero de 2018
Nicole Martínez es una periodista de apenas 30 años, que trabaja en la radio chilena Bio Bio. El miércoles pasado le tocaba cubrir la misa que Jorge Bergoglio iba a ofrecer en Iquique.

Se ubicó cerca de la carpa donde iba a estar Michelle Bachelet para relatar su ingreso al predio. Así lo hizo. Pero luego vio acercarse el papamóvil. Supuso que apenas lo estaban estacionando hasta que alguien colocó la escalerilla para que el Papa subiera a él. Entonces, Martínez se decidió a esperarlo. Hacía un calor insoportable y el sol estaba fuertísimo.

Dos horas se mantuvo ahí hasta que vio a Francisco, a varios metros de ella. Le gritó. Francisco giró sobre sí mismo y se acercó. Ella le hizo primero una pregunta genérica sobre la visita a Chile. El Papa respondió que estaba muy contento y empezó a bendecirla. Entonces Nicole hizo la pregunta que más le importaba hacer.

—Papa, muy cortito, hay un caso que preocupa a los chilenos que es el caso del obispo de Osorno. ¿Usted le da todo el respaldo al obispo Barros?

Francisco acababa de terminar con la bendición. La miró fijo.

—El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar. No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia. ¿Está claro?

Fueron diez segundos terribles que, en poco tiempo, dieron la vuelta al mundo y que ayer forzaron que el Papa pidiera disculpas, ya no por la conducta de otros sacerdotes, sino por algo que él mismo había hecho: es un hecho sin antecedentes, que un Papa pida perdón.

Algunos colegas sostienen que los buenos periodistas no se distinguen por las respuestas que tienen sino por las preguntas que hacen y por la valentía de formularlas en el momento oportuno a la persona correcta. Quizá sea una definición demasiado tajante, pero eso fue lo que hizo Nicole Martínez.

El caso que enredó en Chile a Francisco tiene una dimensión tan monstruosa que es necesario conocerlo en detalle para entender la magnitud del laberinto que encierra hoy al Papa argentino. El principal acusado es el cura Fernando Karadima, que hoy tiene 87 años de edad. Karadima fue designado párroco titular de la parroquia El Bosque, ubicada en una de las zonas donde radica la clase alta chilena, en la década del ochenta. Desde allí, según todas las crónicas, ejercía una gran influencia para designar personas de su confianza en cargos centrales del clero chileno.


     
 
 

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