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El huracán Irma aterra a los miles de argentinos que están en Miami
Viernes, 8 de septiembre de 2017
Hoteles que cierran sus puertas. Vuelos suspendidos. Carreteras colapsadas. Miami está en alerta roja. Y los argentinos que allí veranean rezan para poder tomar un último avión y buscan la forma de escapar de una ciudad desierta

Como una burla diabólica, el nombre "Irma", de raíz germánica, significa: "Con gran fortaleza".

Y así se llama el huracán –ya anunciado oficialmente como el peor del siglo– que luego de devastar cuanto encontró a su paso en su brutal avance (por caso, en la isla Barbuda destruyó el 90 por ciento de las casas), se acerca trágicamente a Miami. Es decir, al dorado punto de recalada de decenas de miles de argentinos…

Ni siquiera alcanza para imaginar lo que puede suceder –lo que sucederá, sin subterfugios, en las próximas horas– aquella estremecedora definición del magno escritor Joseph Conrad:
–El que quiera conocer la historia del mundo, que mire el mar en una noche de tormenta.

Una definición del caos en el planeta Tierra. Seco e implacable como un bisturí. Pero sin rozar la dimensión de los partes meteorológicos que hora a hora, minuto a minuto, anuncian –leyendo satélites que no se equivocan– que los vientos llegarán a los 290 kilómetros por hora: como si un auto de Fórmula 1 lanzado a fondo en una recta… atropellara a un perro vagabundo. O aún peor.


Porque lo que avanza hacia Miami es una bestia apocalíptica como las narradas en a Biblia: el Diluvio Universal que nada dejará vivo salvo los animales elegidos para el Arca de Noé, o el Leviatán, el monstruo marino descripto en el Libro de Job…

¿Cómo poner en caja, en entendimiento humano normal, ese visitante implacable que ya nada o casi nada dejó a su paso en Barbuda, San Bartolomé, St. Martin, Puerto Rico, azotará a Cuba y a la República Dominicana, y su fantasmal timonel ha fijado ya proa y velamen hacia Miami?

Hagamos un ejercicio de imaginación. Se unen todos los estudios de Hollywood. Todos sus expertos en efectos especiales. Todos los grandes directores, desde Steven Spielberg hasta James Cameron (Terminator, Titanic). Presupuesto ilimitado. Y aun así, apenas se aproximarán a una Miami acechada y en alerta rojo, con lugareños y turistas aterrados –argentinos en vacaciones, mayoría–, calles desiertas, negocios cerrados y bloqueadas sus puertas y ventanas, y el monstruo de la esquizofrenia aleteando por sobre todo y todos.

Porque, ¿qué hacer?

Es lo que se pregunta una joven pareja de argentinos frente a Infobae:
–Somos de Buenos Aires. Estábamos en Orlando, ayer tuvimos que venir acá para ocupar el hotel más temprano… Estabamos adevrtidos de la situación. Lo que se siente es que hay mucha paranoia, alerta de la gente, y sobre todo de los turistas que el hotel les dice que tienen que irse pero no les da mucha información. ¿Qué plan tenemos?: pasar un rato en la playa para no olvidarnos que son vacaciones y después manejar hacia el norte…

Testimonio de la chica, su pareja:
–Tengo miedo. En el hotel nos dieron una nota: "Tienen que irse el viernes". Dicen que hay que tomar la situación con calma… ¡pero te asusta!

Nada menos les sucede a dos mujeres:
–Yo soy de Uruguay. Estoy desde el 31 de agosto.
–Yo, de Argentina. Llegué el sábado pasado con mi hija para quedarnos una semana de paseo. Y ante la noticia esta, y las llamadas de mis familiares, tomé conciencia de la gravedad de la situación y cambié rápidamente el vuelo. La idea es irnos hoy y estamos rogando que despegue el avión de Aerolíneas. Esto es muy angustiante. No hay nadie en las calles. Todo está cerrado y sellado. Las playas desiertas… Todo es muy desolador, y uno quiere volver a su casa.
–Estoy con mi hija. Por si no puedo volver a Buenos Aires le pedí alojamiento a unos amigos o sumarme a lo que ellos hagan. A las dos de la tarde tenemos que dejar el hotel. Nos invitan a evacuarlo. ¡Rezo para poder tomar algún vuelo!

Miami espera el más feroz huracán de los úlitmos 91 años (Infobae)
Miami espera el más feroz huracán de los úlitmos 91 años (Infobae)
Es cierto: ¿qué hacer? Algunos partes radiales y televisivos dicen "Qué nadie se mueva. Quédense donde están".

Pero cierto instinto de conservación, tan atávico como comprensible, impulsa a la huída. A ganarle la carrera a la Bestia. Y las autopistas y las carreteras se llenan de infinitas caravanas, bocinazos, gritos, gente que busca a su gente perdida…, y al mismo tiempo, acometida por la memoria de imágenes que el cine dejó en el inconsciente colectivo. Por ejemplo, calles y rutas abriéndose de abajo hacia arriba como partidas por un colosal abrelatas, y miles cayendo en ese abismo, como se vio en la segunda versión de la memorable El día que paralizaron la Tierra. Y, ¿por qué no? el horror del film 2020, con California entera hundiéndose en el mar.

Unos rezan: las iglesias se atestan. Otros –fatalistas– aceptan la obra del Destino. Otros lloran y esperan. Otros protegen a sus familias con su cuerpo detrás de las ventanas clausuradas con listones y placas de madera. Otros hacen largas colas para buscar las bolsas de arena que entrega la ciudad de Miami Beach para proteger las casas de la inundación. Nadie compra en Bal Harbor, ahora parecida a una impecable calle… sin inaugurar.

No faltan los gurúes, los predicadores del Día del Juicio Final que braman "¡Ay de , los pecadores!", y los racionalistas pegados a los partes y a las imágenes de los satélites, calculando que "tal vez no sea tan grave".

Muchos se aprestan a abandonar la ciudad. Las rutas están colapsadas
Muchos se aprestan a abandonar la ciudad. Las rutas están colapsadas
Y como siempre y en todas las latitudes en peligro, el desesperado acopio de cuanto alimento puebla las góndolas de los supermarkets de Miami.
Porque… ¿quién sabe cuánto durará la pesadilla, qué comeremos entretanto?

Y otro drama sobre el drama. Los argentinos habitúes, que eligieron ese privilegiado punto de La Florida casi como segunda patria del placer, y que están de vacaciones porque el invierno porteño y nacional no ha terminado… están con sus hijos. Si no todos, muchos.

Si están con hijos pequeños, ¿cómo explicarles que no habrá parque de diversiones, risas, muñecos para llevar a su cuarto? ¿Cómo explicarles el miedo y el silencio, o el encierro, o la fuga precipitada para eludir el huracán? ¿Cómo volver a casa ¡ya!, si las alfombras mágicas no existen y los aeropuertos están cerrados?

Los hoteles cierran sus puertas. Los vuelos están suspendidos. Los autos de alquiler ya no alcanzan ¿dónde ir?

La ciudad de Miami Beach entrega bolsas de arena para minimizar el efecto de las posibles inundaciones (Infobae)
La ciudad de Miami Beach entrega bolsas de arena para minimizar el efecto de las posibles inundaciones (Infobae)
Mientras, las pantallas de tele muestran la evolución del satánico manchón verde, amarillo, rojo, informe, movedizo, que se alarga o se contrae, que cambia de forma como un monstruo gelatinoso de película Clase B, y que se acerca a la ciudad del sol, del ocio, del placer interminable…, como Proteo, ese dios griego del mar que podía cambiar de forma, pero nadie podía adivinar sus designios.

Es cierto, algún argentino paciente, ante la inminente catástrofe, dirá como Scarlett O´hara (Vivian Leigh) en el final de "Lo que el viento se llevó":
–No importa. Mañana será otro día.
Es posible y hasta un consuelo.


Pero, ¿quién sabe qué día será mañana? Quién, joven, viejo, sabio (o lo contrario), creyente, ateo, puede liberarse de la peor de las ataduras: el miedo. Nadie.

Albert Camus (Argelia, 1913-Francia, 1960), escribió en el final de su novela La peste: "Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa".

Pues bien: el huracán no despertará (o sí) a las ratas. Tampoco es exactamente una peste. Pero sí es cierto que duerme en la inmensidad de los cielos, y que un día desata su furia sobre ciudades dichosas.

Y pocas tan dichosas como Miami.


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