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Cómo fue la vida de Lanata con sus padres adoptivos
Martes, 23 de mayo de 2017
La infancia y la adolescencia del periodista estuvieron marcadas por la enfermedad de su madre, quien perdió el habla, y una relación tan distante como compleja con su padre.


Jorge Lanata (56) nació en Mar del Plata pero se crió en una casa grande y con patio de Sarandí. "Es la parte pobre de Avellaneda", dijo alguna vez. Barrio de trabajadores, más bien, de clase media baja "acostumbrada a laburar", como el periodista definió a su propia familia. Su papá, Ernesto Lanata, por ejemplo: pudo recibirse de dentista recién siendo adulto. Pero debió resignar el trabajo para empezar a cuidar a la mamá de Jorge, que en ese entonces tenía seis años: fue entonces cuando a María Angélica Álvarez le diagnosticaron un tumor cerebral.

"Casi no tengo recuerdos de ella bien, es decir, sana". No la vio nunca así, salvo un par de escenas perdidas entre sus recuerdos más difusos. Y tampoco pudo escucharla: una operación en abril de 1968 lesionó el centro del habla y le dejó hasta su muerte –en mayo de 2004– la mitad del cuerpo paralizado. Desde que tiene memoria, prácticamente, Lanata tuvo que lidiar con esa delicada situación, que afectó mucho más que la dinámica familiar (que describe como anacrónica). "Marcó mi vida, y la de mis padres", ha contado Lanata, quien encuentra en su madre la figura más significativa de su vida.

Casi no tengo recuerdos de mi vieja bien, es decir, sana. A pesar de todo era una mina que se reía

Sobre su silla de ruedas María Angélica se hacía entender: a su modo, lograba comunicarse con su hijo. El "sí" y el "no" eran bien claros; a partir de ahí se comenzaba. Y entre lo que pudo enseñarle a Jorge, o lo que él incorporó, está el sentido del humor: "A pesar de todo era una mina que se reía", dice el periodista, quien pronto tuvo que dejar la casa de sus padres para ir a vivir con Nélida, la tía materna y solterona; fue ella quien lo crió.

Si aquel "¿Por qué a mí?" alcanza a cualquier persona que enfrente una dura situación personal, ¿qué podría esperarse de un niño? Jorge se preguntó mucho más que eso. Y se lo preguntó tácitamente a su mamá: por mucho tiempo experimentó una sensación de abandono, y de bronca, de rabia, de impotencia… Y de temor: "¿Me pasará a mí?". Los años –que cuando no curan, alivian– posibilitaron una aceptación, quizás un entendimiento, sin dudas una reconciliación.

Mi viejo era un cabrón, un tipo que estaba mal de la cabeza
¿Y su padre, Ernesto Lanata? Mantuvo una unión inquebrantable con su esposa. Jorge respeta esa postura –será el amor, frente a la adversidad; o los mandatos sociales, frente a todo–, aunque el vínculo con su padre no respondió a aquella lógica. Lo define sin filtro: "Mi viejo era un cabrón, un tipo que estaba mal de la cabeza". Habla de alguien violento que no llegaba a ejercer esa furia: la proyectaba en sus gritos.

En la casa de sus padres –que Jorge visitaba a menudo primero y "cada tanto" después–, no se celebraban los cumpleaños. ¿Se iba al zoológico, a un parque de diversiones, a la plaza? Nada de eso, no existían los paseos. Hubo una cena excepcional en una pizzería de Sarandí: padre e hijo (de diez, once años) apenas si emitieron palabras entre bocado y bocado. Había una promesa, porque las cosas cambiarían "cuando mamá mejore". Nunca sucedió.

La primera experiencia de Jorge en el periodismo fue como redactor en el informativo de una radio. El contrato lo firmó Lanata, por supuesto; pero Ernesto: teniendo Jorge apenas 14 años, su padre debió rubricar el acuerdo. Dos décadas más tarde, un cáncer de huesos lo derrotó. Fue en junio de 1989. Poco antes de ese final, padre e hijo también alcanzaron una reconciliación.

Soy adoptado. Lo sé desde hace pocos meses
Hasta hace unos meses Jorge Lanata pensó que su vínculo –o su "necesidad"– con el periodismo estaba íntimamente ligado con la enfermedad de su madre. Ella no podía hablar, él quería preguntar. Y hubo infinidad de preguntas, pero que recién a los 55 años supieron de una respuesta puntual. "Mis preguntas intuían un secreto que busqué sin proponérmelo, casi toda mi vida", relata el periodista en su libro 56, cuarenta años de periodismo y algo de vida personal.

¿Cuál era ese secreto? "Soy adoptado. Lo sé desde hace pocos meses".

La casa con patio y jardín en Sarandí. Las señas y las risas de su mamá. Los gritos y la distancia de su papá. El amor de su tía solterona. La necesidad de ser periodista incluso antes de convertirse en hombre. Quizás todo eso adquiera ahora un nuevo sentido.
Sólo Jorge lo sabe.
Porque hay preguntas que le pertenecen exclusivamente a él, tanto en su formulación como en su respuesta.


     
 
 

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